Época: África
Inicio: Año 600
Fin: Año 1600

Antecedente:
África occidental y ecuatorial



Comentario

Anteriormente nos referimos a la evolución que habrá de conocer Nubia, ya avanzado el siglo IV al fin de Meroe. De su descomposición habrán de surgir, en la región nilótica de las cataratas, tres reinos: Nobatisa, Maqurra y Alodia. El primero se extendía al parecer al norte, entre la primera y la tercera cataratas, en el país de los Noba, y conoció su epicentro en Wadi Halfa, segunda catarata, donde diversas prospecciones, algunas recientes, han permitido estudiar varias necrópolis, en parte no profanadas por los ladrones de tumbas, algunas atribuidas a una población cristiana que vivía al sur de Ibrim y que ha sido conocida como Grupo X.
La misión española que pudo participar en algunas de las excavaciones de la campaña de la UNESCO por la salvaguarda del patrimonio nubio tras la inmersión de la zona a raíz de la construcción de la presa de Assuan, pudo asimismo recoger diversos ajuares de técnica bizantina y ornamentación de inspiración egipcia, similar a la que se pudo recoger en Meroe y Nagalo, que hace pensar en una posible decadencia de estos Noba cristianos, a través de Meroe.

Hay, no obstante, una pugna con Bizancio. Sabemos que en el 543 los Noba conocieron un intento de evangelización por parte de Justiniano, pero que también su mujer Teodora, monofisita, envió con tal fin a un monje, Juliano, quien ganó por la mano al misionero imperial y llegó a convertir al rey Noba, Silko, quien trasladando su capital desde Ballana a Faras terminaría por proclamarse rey de los nubios y de todos los etíopes.

Por los mismos años, emergerá en medio de la fértil acequia de Dongola, entre la tercera y la cuarta cataratas, el reino de Makurra, del que sólo sabemos que su capital se encontraba no lejos del valle fósil del Wadi el Milk, que permite penetrar hacia Darfur e, incluso, hasta el Chad. Makurra conocería hacia 550 la evangelización de los misioneros justinianeos, con más suerte que en Nobatia.

Más hacia el sur, en la quinta catarata, se presentaba Alodia, con capital en Soba, en el Nilo Azul, a 15 kilómetros de Jartum, reino que fue cristianizado por el obispo monofisita Longino.

Nos encontramos así con que estos tres reinos, que emergen del desaparecido Meroe, conocen el cristianismo merced a predicaciones bizantinas, más que egipcias, por lo que emplearían como lengua litúrgica y epigráfica, el griego, no el copto. Se ponen con ello las bases del llamado Cristianismo nubio que vive una particular prosperidad en los siglos siguientes, pudiendo sobrevivir hasta 1336 en Dongola y hasta 1504 en Soba, pese al impacto confesional islámico con la hegemonía árabe.

Esta lograría no sólo aislar a los reinos cristianos del Sudán nilótico, sino incluso al reino de Axum, de todo contacto con Bizancio, y más tras la destrucción de la ciudad y puerto de Adulis, lo que permite el auge del puerto de Zeila, por donde entrarán a partir de entonces -en Axum/Etiopía- diversas mercaderías procedentes de Egipto y del Índico, a la vez que se activará el comercio de esclavos, oro y marfil.

A finales del siglo X, la ciudad de Axum conocerá su golpe final a manos de la famosa reina judía Judith, conocida como Esato -la destructora-, quien tras eliminar a la dinastía reinante, reinaría durante cuarenta años, hasta el advenimiento de la dinastía Zagüe, de la tribu Agao, cristiana. Ésta, tras llevar a comienzos del siglo XII la capitalidad de Axum/Etiopía a Lasta -su provincia de origen-, adopta la escritura ghez para la lengua amharico, que pasa a ser la más importante de Etiopía. Se entra así en el que se ha llamado Medioevo abisinio con la dinastía de los Zagües, logrando cierta notoriedad el rey cristiano Lalibela -el San Luis etíope- que en 912 envió una pomposa embajada a El Cairo, construyó varias iglesias excavadas en la roca volcánica, sobre el mismo terreno, convirtió al cristianismo a varias poblaciones paganas y desde Axum trasladó su capital a una nueva ciudad que llevaría su nombre, hoy santificada por la iglesia etíope; es lugar tan frecuentado por la peregrinación como por el turismo.

Hacia 1270 parece abrirse una nueva fase de la historia etíope ya bien documentada por las crónicas. Ese mismo año, sube al trono otra nueva dinastía de origen axumita, que pretende ser descendiente del hijo nacido del rey bíblico Salomón y la famosa reina arábiga Saba. Se habla pues de una presunta restauración salomónica, de la que será artífice el monje Tekla Haimanet, hoy venerado en el santoral etiópico.

El primer soberano de esta dinastía, de nombre Yekuno Amlak (1270-1285), establecería su capital en Ankober, no lejos del emplazamiento actual de Addis Abbeba, en la provincia de Shoa. Dicho rey y sus sucesores supieron plasmar definitivamente las tradiciones y las costumbres qué habrán de configurar el reino etíope tanto en la vida civil como en la religiosa hasta nuestros días. Estos conocen la proclamación de una República, tras la desaparición del último dinasta, el emperador -Negus- Haile Selassie, que trajo consigo y con la revolución la abolición del feudalismo.

Coincidiendo con la entronización de la dinastía salomónica, diversos núcleos cristianos conferirán particular importancia a las localidades de Amhara y Shoa, lo que supuso diversas salidas comerciales etíopes al golfo de Aden, situación que a la vez beneficiaría a determinados principados musulmanes del Cuerno de África que estrecharon relaciones con las comunidades cristianas.

Los salomónidas, tras consolidar su dinastía, supieron establecer una normativa que reguló las futuras relaciones entre cristianos y musulmanes, relaciones que preocuparán a monarcas sucesivos, entre los que cabe recordar al negus Amda Seyon (1314-1344). Bajo este monarca se redacta en el monasterio de Dabra Libanós el Fetha Nagast, crónica en la que se reúnen diversas consejas para mayor gloria de la dinastía salomónica. A la vez, en otros conventos se llevan a cabo similares empresas culturales con la traducción al copto de diversos códices piadosos. Su hijo Saif Ared (1344-1372) continuaría la obra paterna, incluso empeñándose en diversas luchas religiosas.

Su sucesor, David I, logra establecer pactos con el Egipto mameluco. Posteriormente, otro monarca, Yetschak (o Isaac) (1414-1429) consigue la unificación del reino. En 1434 y a su muerte, subirá al trono Zara Jacob (1434-1468), que se empeña en reformar la vida religiosa de su Imperio y tras perseguir diversas herejías impone el culto a la Santa Cruz y a la Virgen María. Durante su reinado envía una delegación al Sínodo de Florencia (1479), y una embajada a Alfonso V de Portugal, en demanda de ayuda frente al Islam. Esta circunstancia hizo renacer en la Europa medieval la célebre conseja en torno a la existencia del que se llamó Reino del preste Juan, a quien se suponía soberano cristiano de Oriente, y que entonces se asimiló al rey de Abisinia.

De aquí que años después y desde Roma se enviase un emisario papal, Battista d'Imola, que logró llegar a Etiopía en 1482, siguiendo la ruta de Jerusalén-El Cairo y el curso del Nilo y finalmente, Adulis y Axum; pero no fue recibido en la corte por no llevar presentes al emperador. No obstante, en 1487, el rey de Portugal, entonces Joao II, decidió a su vez enviar dos emisarios por vía terrestre, Alfonso de Paiva y Pedro de Covilhao, que ya en camino hacia Oriente, tras ciertas informaciones recibidas desde Aden -Arabia-, asimilarán el casi legendario Reino del preste Juan con el del rey de Abisinia.

En el mismo Aden, los viajeros obtendrán asimismo detalles sobre la ruta a seguir para llegar a las Indias orientales. Acto seguido, se separarían. Alfonso de Paiva marchó a Etiopía, y murió durante el trayecto. Entretanto, Pedro de Covilhao había podido navegar a las Indias, a bordo de un navío árabe y después de tocar en Goa, en el Indostán, volver a Sofala, en el África oriental, desde donde enviaría una carta a su rey, don Manuel, pormenorizando su viaje y dándole cuenta de "los cargamentos de especias, drogas y piedras preciosas que tenían lugar en Calicut..."

Posteriormente y aprovechando un barco árabe, podría llegar a la corte del negus Alejandro -o Eskender- (1478-1494), que moriría poco después siendo retenido en la corte etíope por sus sucesores, mientras se llevaban a cabo negociaciones varias con vistas a una futura alianza entre Portugal y Etiopía. Sin embargo, y en el ínterin, el portugués Vasco da Gama logró, circunvalando el sur de África, abrir para Europa las rutas del Indico. Posteriormente, el soberano portugués, y a través de esta nueva vía, mandaría una nueva legación, que desembarcando en Massaua (1520) se reuniría en la corte del negus Ledna Denguel con Pedro de Covilhao. Desde este momento, Etiopía pasará a convertirse en una pieza del peligroso juego que inician cristiandad e Islam, este último a la sazón controlado por los turcos, y los portugueses empiezan a tener cierta influencia en una Etiopía amenazada por los embates musulmanes.

Fuerzas expedicionarias lusitanas mandadas por Stefano de Gama, hijo de Vasco de Gama, se enfrentarán con Mohamed Granyé, soberano de Adal, lucha en cuyo curso conoce bárbara muerte su hermano Cristóbal de Gama. Los portugueses terminarán con el reino de Adal. Pero al igual que los mismos etíopes, tendrán que sufrir la presión de los galla, que con los Danakiles, Somalíes y Bedja, no terminan por ser dominados logrando establecerse en el Shoa y el oeste abisinio, haciéndose con un poder político que habrá de perdurar prácticamente hasta el pasado siglo.

Al sudeste de la Etiopía histórica y en el retropaís, habrían de manifestarse asimismo, desde los inicios de la Edad de Hierro, diversos cambios que terminarán por afectar a varias comunidades ganaderas parlantes de un habla protosomalí. Se hallaban más o menos en contacto con pueblos bantuparlantes, los sabaki, que llegarían a establecer contacto con la zona litoral, organizados en grupos de edad. Al sur, entre los ríos Pangani y Wami, se asentarían los seuta y más allá de la cuenca del Wami, otros bantú, los ruvu.

Al interior y a partir del siglo XI, se conocen asimismo diversos asentamientos de gentes bantuparlantes, pero también de origen nilótico y cuchita, como los kwadzas, que paulatinamente van asumiendo el impacto bantú. Estos cuchitas practicarán más al interior, en las serranías del sistema del Kilimanjaro, una agricultura intensiva, que les permitirá mantener un tráfico de excedentes con los massai, pueblos ganaderos del interior.

Al norte del lago Nyassa habrán de manifestarse a su vez diversas poblaciones bantuparlantes llegadas ya del oeste, ya del sudoeste que, imponiéndose sobre habitantes más antiguos, darán lugar a hegemonías y reinos como en Nyamwanga en el siglo XVI. A su vez, en la orilla oriental, el lago Victoria conoce distintos asentamientos de bantuparlantes.

En la región interlacustre propiamente dicha y a partir del siglo X, tras el asentamiento de poblaciones bantuparlantes, habrán de configurarse diversas hegemonías políticas en las que afloran concretas tradiciones culturales que darán vida a los llamados complejo Kítara, complejo Ruinda, complejo Rwanda y complejo Kintu, y finalmente, complejo Kimera. Su historia se presenta ligada, a los territorios de Uganda (Buganda Nkole y Kítara), Rwanda y Urundi, amén de alguna zona de Tanganica y, en consecuencia, Tanzania y Kenya.

La costa oriental de África fue presuntamente conocida por navegantes alejandrinos, que daría lugar a la redacción del llamado Periplo del mar Eritreo y la integración de sus observaciones en la Geografía de Ptolomeo. No obstante, muy posiblemente se deben a los primeros viajeros árabes, y después a diversos descubrimientos arqueológicos, las primeras noticias que cabe tener del llamado país de Zandj, que al igual que Sudán venía a significar, más o menos, el país de los negros. Precisamente, la voz Zandj se perpetuará en el topónimo Zanzíbar, es decir, costa de los Zandj (en inglés Zindj, y en francés, Zendj).

Arqueólogos e historiadores se vienen preguntando sobre el origen de los más antiguos pueblos. Incluso el paleontólogo L. Leakey llegaría a bautizar al cráneo de uno de los australanthropos desvelados en Olduvai como Zindjanthropus Boisei (Boisei por De Bois, el nombre del sponsor cuya munificencia le permitiría el famoso hallazgo). Todo esto ha creado la natural confusión cronológica, más todavía cuando, muy posiblemente, el citado homínido fósil no pudo pertenecer, por existir una barrera de casi dos millones de años, a ninguna de las razas actuales, ni a las históricas.

No obstante, parece seguro que estos zandj tampoco eran de las poblaciones actuales, sino fruto de la miscegenación de varias etnias, cuyas huellas han quedado en Kenya, en Zimbabwe y en otras partes del África oriental y austral, poblaciones que conocerán un particular metamorfosis durante el I milenio d.C., con la expansión del hierro, posiblemente desde Meroe. Tempranamente los habitantes de Zandj cambiarán el hierro por el marfil de los elefantes, que los cazadores abaten en la selva, e incluso por esclavos.

Fuentes historiográficas esenciales para el conocimiento del país son los cronistas árabes El Masudi, e incluso el andaluz Al-Idrisi, quien hacia 1154, por encargo del famoso Roger II, rey de Sicilia, recopilaría un sinfín de datos sobre la actividad árabe en la costa oriental y meridional de África, subrayando el desarrollo que había alcanzado en la misma metalurgia, a la que debía su prosperidad la ciudad de Malindi, y quizá dos jornadas más al sur, la ciudad de Manisa, hoy Mombasa. Por su parte, El Masudi había señalado cómo el punto más remoto a que había llegado era Sofala, descrita como Sofala del oro, puesto que a través de dicha localidad llegaba el precioso metal de Monomatapa. Allí, asimismo, se vendía marfil, pieles de leopardo e hierro.

A su vez, dos siglos después, Ibn Battuta -muerto en 1377- nos lega unas curiosas impresiones de Zeila, junto al actual Djibuti, en la desembocadura del mar Rojo en el océano Indico. Es, según él, la ciudad más sucia del mundo, la más triste y la más maloliente por el hedor de los restos de pescado que se pudren en ella y de la sangre corrompida de los camellos sacrificados en plena vía pública.

Por entonces ya ha adquirido cierta relevancia Maqdichu -Mogadiscio-, descrita por Obid Allah Yahut, en su Diccionario de Geografía Universal, como una ciudad islámica rica e industriosa, en la que se tejen bellas telas, que llevarán el mismo nombre de la localidad y que son exportadas a todo el mundo árabe. Aquí, sin embargo, los mercaderes árabes no se limitan a comprar y vender.

Tienen sus almacenes y depósitos ya instalados, se han desposado con mujeres del país. Ello, porque cuando se dan divergencias en la península arábiga -entonces frecuentes los cismas y disputas por la misma predicación islámica-, los árabes emigraban en grupos, instalándose al otro lado del mar, en el litoral oriental africano, a la vera de la cada vez más numerosa colonia árabe. Diversa historiografía insistirá en el tema.

Así sabemos que en el 695 d.C., a raíz de un levantamiento en Omán, los vencidos que escaparon se instalaron en país Zandj, donde el príncipe Hamza sentaría las bases del sultanato de Zanzíbar.

Así también, la Crónica de Kilua relata cómo los emosaids -partidarios de Said, biznieto de Alí, yerno de Mahoma- tuvieron que huir de La Meca, refugiándose en África y fundando Mogadiscio, hacia el 740. Allí desposaron a mujeres del país, entonces sometido a un señorío galla. Asimismo se registraría cómo en el 834 los jatts o zotts, fugitivos del delta del Eufrates -hoy en Irak-, se instalaron en la isla de Sokotora y vivieron de la piratería, profesión lucrativa teniendo en cuenta el pujante tráfico comercial.

En el 920, seis hermanos procedentes de El Haza, costa de Omán, tripulando tres barcos, toman Mogadiscio y expulsan a los descendientes de los emosaids, que habrán de huir al desierto integrándose con los caravaneros somalíes.

Menudean así tradiciones y relatos más o menos legendarios en que el gentilicio árabe se utilizará para designar a inmigrantes de diversa extracción, procedentes de la península arábiga, de la misma forma que pasó en el mundo clásico con el gentilicio fenicio y en la actualidad con el del libanés que se utiliza para designar genéricamente al mercader blanco, procedente de la costa siriopalestina.

Otro caso singular es el de los sohirasi, gentilicio con el que se habrá de nombrar a los descendientes de Alí ben Sultán. Hassan ben Alí, hijo de un sultán de schiras y de una esclava negra, fue desheredado quizá por prejuicios raciales por sus propios hermanos, nacidos de otra madre. Este príncipe tuvo que abandonar Persia y establecerse con seis hijos y varios centenares de allegados y colonos en el litoral africano. Allí, tras adquirir una isla, fundó la factoría de Kilua, matriz de otros establecimientos que irán surgiendo a lo largo de la costa. De esta forma, ya en el siglo XII, los schirasi se han hecho con el monopolio comercial, y el sultán de Kilua, en una genial iniciativa, es el primero en poseer ceca propia y acuñar monedas de cobre, cuando todo el mundo trocaba los géneros. En 1332, Kilua será visitado por Ibn Batuta, que le deja una buena impresión. Por entonces, es una localidad en la que ha florecido una civilización melanoafricana de mayoría zandj.

Por estos años el tráfico con el Indostán, que se conocía desde el Bajo Imperio por Ptolomeo Evergetes, había alcanzado un gran auge, al aprovechar para la navegación las corrientes monzónicas estacionales. Se comerciaba así con toda clase de género, particularmente marfil, textiles, colorantes y perlas y los cargamentos llegados de las Indias orientales, vía Cambay -Calicut-, eran redistribuidos a lo largo de todo el litoral hasta Sofala, donde en 1140, los schirasi habían fundado el primer "hipermercado" del África oriental, utilizando pequeñas embarcaciones (zambucas).

Por aquí, muy posiblemente, llegó a África en tiempo inmemorial la musa paradisiaca -el banano- y el cocotero. Desde hace prácticamente un siglo, en que se inició la exploración arqueológica de la zona, se han encontrado en todo el ámbito restos de porcelana y monedas chinas, a datar en la época Sung. Con su tráfico se pagaban en parte las mercancías africanas que, ya desde el siglo XII, se exportaban al Celeste Imperio en cantidades considerables. Se ha podido saber incluso que el 1115, en montante de tales importaciones a China se elevó a 500.000 unidades de cuenta, de las que el emperador retenía el 30 por 100, en concepto de tasas de aduanas.

También ha podido saberse que en 1415 y desde Malingui -hoy Kenya-, llegaron a Pekín varios embajadores africanos que, dos años después, retornaron bajo la escolta de un tal Tacheng Ho, almirante imperial. Por entonces, los viajes chinos en juncos al África no eran muy corrientes y se hacían mediante escalas comerciales en distintos puertos árabes. Por otra parte, se ignora la existencia de factorías chinas en territorio africano, por lo que el tráfico debió de ser casi siempre de iniciativa afroíndica.

A raíz de la expansión lusitana y la navegación europea por el Índico, el Celeste Imperio parece cerrarse a toda penetración extranjera, e incluso se prohíbe construir navíos de más de dos mástiles, actividad en la que China había sido pionera. En 1525, se mandará destruir los navíos de alto bordo que quedan. Se clausura así un tanto inexplicablemente una relación secular entre el litoral oriental africano y el Celeste Imperio.